RELATO: La trastienda del pasado

Piconera
Relato ganador de la LVII edición de los Cuentos de las mil y una palabras

Abuela, de qué hablabas con mi madre sobre el abuelo, te he visto lamentosa y triste; explícame qué fue aquella relación tan traicionera que contabas insistentemente... Ay, tesoro, cosas que pasaron en la guerra civil y que nos tuvo casi seis meses temiendo por la vida de tu abuelo, todo aquello por una falsa información que lo llevó a la cárcel.

Ocurrió una mañana a la hora del desayuno, recuerdo que estábamos los dos sentados en la mesa de la cocina cuando llamaron a la puerta y tu abuelo se levantó abrir. Le escuchaba no muy claramente, junto a otras voces, decir que no entendía..., que para qué tenía que..., que por qué... Que no podía dejar el trabajo, que... Al notar en su voz cierta extrañeza y nerviosismo, me levante y acudí a ver quiénes eran y qué querían aquella visita. Me encontré con dos hombre que no conocía y que según parecía le ordenaban tajantemente, aunque correctamente, a tu abuelo que les acompañaran para unas preguntas en el Gobierno Militar. Una súbita inquietud sacudió mi mente, pero intenté no trasmitírsela a tu abuelo. Tranquilamente le dije que entrara a por la chaqueta, que se terminara el café y que fuera a ver qué querían. Él me miró con ojos de interrogación y gesto alarmado, pero al percibir mi sosiego se relajó y con un: disculpen un momento se separó de los visitantes entrando rápidamente a su cuarto, cogió la chaqueta, pasó por el baño y se peinó, y, al pasar por mi lado, que estuve clavada en el pasillo como una estaca, sin mediar palabras me dio un beso, para luego unirse con ellos y marcharse calle abajo. Les miré hasta que ya a lo lejos doblaron a una bocacalle perdiéndoles de vista. Como una autómata cerré la puerta me volví a la cocina y me senté en la silla, intentando encontrar una explicación a lo que había sucedido con mis ojos centrados en el vaso de café a medio llenar y el pan con aceite en el plato, el silencio tronaba en la casa. No sé cuanto tiempo estuve así en esa angustiosa parálisis.

Escuché abrirse la puerta y la voz de tu madre diciendo: ¡ya estamos aquí! Volvían siempre juntas, ella y tu tía Lola, tu madre del taller de costura, tú tía de la mercería donde trabajaba; se lo repetía todos los días: que la primera que saliera del trabajo recogiera a la otra para volver a casa. Al encontrarme sentada en la cocina y con la mesa aún con restos del desayuno sintieron que algo raro pasaba. Se lo conté pausadamente, me frené todos mis miedos y sólo les dije que estaba un poco preocupada porque aunque estaba segura que tu abuelo nunca jamás se había metido en ningún asunto político, ni hacía demostración alguna de sus ideas ya que era un hombre poco hablador y muy de su casa, su familia y su trabajo era su vida, pero la guerra lo enturbia todo y desata conflictos e injusticias siempre, aunque os parezca que este pueblo está tranquilo, no nos podemos fiar, seguro que no nos enteramos de muchas cosas que pasan. Se me quedaron mirando las dos un poco serias pero sin atisbo de gravedad en sus comentarios. La edad y nuestra forma, tanto de tu abuelo como mía, de intentar no dramatizar delante de ellas los acontecimientos que acarrearía aquel levantamiento militar, que aún estaba en sus inicios y la magnitud del desastre nos quedaba un poco lejos.

Recuerdo que tenía resto de un potaje de garbanzos del día anterior, tu tía Lola había traído un poco de pescado que le encargué comprar para completar la comida de aquel día, me disponía a limpiarlo y trajinar en la cocina para preparar el almuerzo, pero no pude seguir, me quité el delantal y salí a la casa de al lado a contar a los vecinos lo que había pasado. Antonio, el marido de Carmen, se ofreció a acercarse con su moto a preguntar sobre el asunto. Le agradecí infinitamente su diligencia, siempre lo tendré presente en aquel gesto de colaboración y afecto, dado el tema tan delicado. La vecina se vino conmigo a mi casa para acompañarme hasta la vuelta de su marido. El tic tac del reloj pendular desde el pasillo acompasaba junto mis latidos la lenta espera. Sonando las tres de la tarde entraba Antonio en casa, nada más verle la cara se me enfrió la sangre. Escuetamente nos contó que a tu abuelo lo habían llevado a la cárcel, y que de momento no podían decirnos nada más.

Los días pasaban y no teníamos información de nada, además no nos dejaban verlo. Un día me encontré un papel que habían echado por debajo de la puerta, en el que anónimamente nos contaban todo lo sucedido. Decía que un amigo de tu abuelo lo había culpado de ser el organizador de la colocación de unos explosivos que había explotado y destrozado un tramo de las vías del tren. Como sabéis, tu abuelo tenía un puesto de responsabilidad en los ferrocarriles españoles, y manejaba información sobre dichas infraestructuras, nada importante, pero, según decía la nota, tenía acceso a documentos de interés para aquel atentado. La acusación era grave y lo iban a trasladar a la cárcel de Carabanchel. Daba el nombre del acusador. Cuando leí su nombre no podéis imaginar lo que me entró, no podía creer que el mejor amigo de tu abuelo hubiera dicho aquello, siendo mentira.

Tu tía Lola, conocía a la hija de un militar que frecuentaba mucho la mercería en la que trabajaba, le contaba que su padre había subido de graduación y andaba muy ocupado en viajes y reuniones. Le estaban haciendo un par de trajes nuevo y tenían encargado, desde la sastrería, unos botones especiales. Cuando llegaron, tu tía se ofreció a llevarlos a la sastrería; al llegar vio que el padre de Isabel, el militar, hablaba con el sastre sobre la prueba de los trajes que le estaban haciendo. Me dijo, que se acercó al militar, se presentó diciendo que era amiga de su hija Isabel y que quería pedirle un favor muy grande. Le contó que su padre estaba en la cárcel por algo que no había hecho y que le rogaba si podía enterarse de cómo estaba su padre, de porqué no podían verlo y que cuánto tiempo iba a estar encerrado allí. Decía que el militar apuntó el nombre de tu abuelo en un cuadernillo y que le prometió que se informaría y vería lo que podría hacer. Cuando llegó a casa tu tía Lola y supe todo aquello , un rayo de esperanza entró en mis negros presagios.

El tiempo pasaba y sólo unas cuantas cartas se cruzaron entre tu abuelo y yo. Él siempre decía que no me preocupara, que estaba bien, que tuviera paciencia, que todo se arreglaría; pero yo sabía que algunos que se habían llevado fueron condenados por traición a la nación y fusilados. Tu tía no dejaba de preguntarle a la hija del militar si su padre sabía algo y podía hacer algo. Ella le decía que claro que podía hacer algo, pero si era culpable merecía la muerte. Con la tranquilidad de saberlo inocente y a su vez la posibilidad de la ayuda del padre de Isabel nos acostábamos todos los días. Una mañana, antes de la hora habitual de salida del trabajo, se presentó tu tía a casa alterada y contenta, me decía que Isabel le había dicho que su padre creía que todo se solucionaría en breve porque habían descubierto al autor del atentado y la inocencia del abuelo estaba por confirmar. Así fue, al cabo de una semana nos dijeron que quedaría libre y fuimos a recogerlo a Madrid.

Pasada la guerra, un día se encontraron frente a frente en la calle los dos: el mal amigo y tu abuelo, él traidor intentó esquivar la mirada pero tu abuelo se le acercó y le preguntó abiertamente: ¿Por qué lo hiciste? Según me dijo tu abuelo, con la cara descompuesta el otro le contestó: Porque me quitaste a la mujer que amaba y me hiciste un desgraciado..., mi resentimiento creía que podría tener remedió con tu muerte, pero aún lo empeoró más y por fin ahora, después de verte vivo y confesártelo todo espero dormir en paz. Te pido perdón por aquella locura, aunque no creo merecerlo. Tu abuelo le dijo que en las guerras sale a flote lo peor y lo mejor del ser humano. Que supiera que él no iba a alimentar más miserias e injusticias de las que ya había. Que se preocupara de encontrar su sosiego, que por su parte todo estaba perdonado, aunque no olvidado, por lo cual allá cada uno con su conciencia y con su proceder en la vida.

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