“Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua...” A partir de la palabra antigua dejé de prestar interés a la descripción que hacían del hallazgo que les llenaba de jolgorio tanto a mi futura suegra como a su hijo: mi pareja. Acababan de llegar de la calle después de visitar con un agente inmobiliario la casa en cuestión. Habían dispuesto encontrar el hogar ideal para que viviéramos los tres después de casarnos – cosa que empezó a carecer de interés al sobrevenirme un recuerdo traumático aún sin rehabilitar –.
Notaron que un leve nerviosismo distraía mi atención de sus comentarios; sus gestos de entusiasmo cambiaron y la sorpresa e interrogación hizo aparición en sus caras a la vez que, extrañados, me preguntaron: Querida, cariño ¿qué te pasa? ¿Algo que objetar sobre la casa?... Tras un momento de silencio, tuve que improvisar manidas excusas de indisposiciones varias y falta de tiempo por lo cual posponía el tema para otra ocasión. No obstante insistieron en saber si no me parecía maravilloso la suerte de haber encontrado aquella casa. Les respondí que sí, que sonaba estupendo todo lo que me decían, pero, eso, que ya lo pensaría mas adelante. Con unos cumplidos besos me despedí de ellos y salí aturdidamente disparada dirección a mi coche.
Conduciendo sin rumbo a todo trapo, como quién se aleja de una persecución mortal, con la descriptiva frase girando en mi cabeza repetitivamente como un disco rayado. Mi mente se llenaba de imágenes amenazantes, risas irónicas y palabras manipuladoras que acosaban mis reflexiones acrecentando sus revoluciones y distorsionando cualquier claridad razonable en la que basar un discernimiento entre lo imaginario y real. Mi pasado se hacía presente dando paso a un torrente de fobias con un argumento común aún sin descifrar claramente. Mientras una total desconfianza hacia el mundo entero me producía un escalofrío aterrador - Como si fuera la única superviviente humana de una invasión de extraterrestres -. Mi pie soltaba y presionaba a fondo el acelerador como si empujara a una puerta encasquillada que se niega a abrirse, y la impaciencia te lleva a medir los límites de las fuerzas en cada nuevo intento. Mi demencial huida tumbaba todos mis parámetros de control. La ansiada desconexión necesitaba de un cabo donde agarrar mi desolación.
En esa pérdida de tiempo y espacio mi coche colaboró en parar mi escapada al quedarse sin gasolina. La falta de acción me hizo mirar fuera de mí por unos segundos y pestañear levemente de la pesadilla - Aún no comprendo cómo pude circular tantos kilómetros metida dentro de aquella burbuja destructora -. Bajé del coche, miré a mi alrededor, un denso cielo nublado camuflaba la referencia solar, aunque se intuía la despedía de la luz en la muestra de un difuminado paisaje campestre de variopinta vegetación sin identidad aparente. Mi cabeza, aún confusa, buscaba orientación e intentaba recordar algo que centrara la partida de todo lo que me estaba pasando. El rebobinado no daba frutos: todo me era extraño y raro (Las evocaciones dañinas luchaban vengativamente por hacer justicia a mí verdad).
Un sonido repetitivo centró mi interés: era una llamada de móvil, que también ayudó al desperece – la tecnología me apega a la realidad de una forma inmediata -. Cogí el terminal como si fuera la primera vez en mi vida que lo hiciera. Al abrir su concha salió una voz alterada que me repetía una y otra vez: Cariño, ¿dónde estás?..., dime, te he llamado varias veces y no me contestabas... Escuchaba aquella voz conocida, pero aún sin nombre, que escarbaba en mi mente como la brocha de un arqueólogo dando vida a la memoria, que de forma agradable me producía placidez y tranquilidad. Titubeante contesté: Sí, estoy..., sí, aquí estoy..., no sé, no sé qué decirte... Mi empanada mental se fue deshaciendo como migas de pan. Del caótico enredo un hilo conductor tejía de forma coherente el tramado que construían y daban sentido a las palabras que brotaban en aquella conversación, y un sentimiento emocionado mezcla de tristeza y felicidad puso fin a mi desazón.
Después de hablar con mi novio, que me bajo al suelo terrenal cuan meteorito descarrilado se sale de su atrayente órbita. Explicarle mi paranoia, el entrenamiento al París-Dakar en mi recorrido al volante, etc., y darle, mimosamente, todas las disculpas para paliar su congoja ante mi sorprendente y desairada desaparición. Me fui directamente a mi sofisticado GPS, exprimiendo todos sus servicios para recabar los datos necesarios para ser rescatada de la nada.
Y se preguntaran ustedes los motivos que la influencia de aquellas palabras sobre una casa desconocida dieron pie a la descarga eléctrica resultante de tal vibración neuronal. Pues, ya ven, la mente te puede jugar malas pasadas, y una herida mal cerrada tiende a infectarse o a sangrar. En mi caso, pese al tiempo pasado, un escopeteado drenado sanguinolento, súbito y abundante, anegó todas mis aptitudes acarreándome el consabido periodo de baja terapéutica que sobre cuatro ruedas gastaron simultaneamentel caucho y adrenalina en un asfalto depurador.
Todo ello tuvo su origen en la lectura de un cuento que alguien, muy especial en mi vida, me volvía a leer una vez más, un día cualquiera, en un lugar cualquiera, que, en una noche cualquiera me hizo presa de una atracción mágica en la historia de una casa. Me senté junto a ella dispuesta a escuchar de nuevo el relato. Comenzaba así: Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua...” Paró de leer en esa última palabra. Lo que siguió después de apartar su mirada del libro y clavar sus ojos en mí no creo necesario aclarar.
Sólo diré, que al volver a escuchar aquellas palabras un resorte oxidado saltó en mi alma tomada que un posterior careo interior desalojó, reconciliando pasado y presente en un exorcismo inmobiliario.
Conduciendo sin rumbo a todo trapo, como quién se aleja de una persecución mortal, con la descriptiva frase girando en mi cabeza repetitivamente como un disco rayado. Mi mente se llenaba de imágenes amenazantes, risas irónicas y palabras manipuladoras que acosaban mis reflexiones acrecentando sus revoluciones y distorsionando cualquier claridad razonable en la que basar un discernimiento entre lo imaginario y real. Mi pasado se hacía presente dando paso a un torrente de fobias con un argumento común aún sin descifrar claramente. Mientras una total desconfianza hacia el mundo entero me producía un escalofrío aterrador - Como si fuera la única superviviente humana de una invasión de extraterrestres -. Mi pie soltaba y presionaba a fondo el acelerador como si empujara a una puerta encasquillada que se niega a abrirse, y la impaciencia te lleva a medir los límites de las fuerzas en cada nuevo intento. Mi demencial huida tumbaba todos mis parámetros de control. La ansiada desconexión necesitaba de un cabo donde agarrar mi desolación.
En esa pérdida de tiempo y espacio mi coche colaboró en parar mi escapada al quedarse sin gasolina. La falta de acción me hizo mirar fuera de mí por unos segundos y pestañear levemente de la pesadilla - Aún no comprendo cómo pude circular tantos kilómetros metida dentro de aquella burbuja destructora -. Bajé del coche, miré a mi alrededor, un denso cielo nublado camuflaba la referencia solar, aunque se intuía la despedía de la luz en la muestra de un difuminado paisaje campestre de variopinta vegetación sin identidad aparente. Mi cabeza, aún confusa, buscaba orientación e intentaba recordar algo que centrara la partida de todo lo que me estaba pasando. El rebobinado no daba frutos: todo me era extraño y raro (Las evocaciones dañinas luchaban vengativamente por hacer justicia a mí verdad).
Un sonido repetitivo centró mi interés: era una llamada de móvil, que también ayudó al desperece – la tecnología me apega a la realidad de una forma inmediata -. Cogí el terminal como si fuera la primera vez en mi vida que lo hiciera. Al abrir su concha salió una voz alterada que me repetía una y otra vez: Cariño, ¿dónde estás?..., dime, te he llamado varias veces y no me contestabas... Escuchaba aquella voz conocida, pero aún sin nombre, que escarbaba en mi mente como la brocha de un arqueólogo dando vida a la memoria, que de forma agradable me producía placidez y tranquilidad. Titubeante contesté: Sí, estoy..., sí, aquí estoy..., no sé, no sé qué decirte... Mi empanada mental se fue deshaciendo como migas de pan. Del caótico enredo un hilo conductor tejía de forma coherente el tramado que construían y daban sentido a las palabras que brotaban en aquella conversación, y un sentimiento emocionado mezcla de tristeza y felicidad puso fin a mi desazón.
Después de hablar con mi novio, que me bajo al suelo terrenal cuan meteorito descarrilado se sale de su atrayente órbita. Explicarle mi paranoia, el entrenamiento al París-Dakar en mi recorrido al volante, etc., y darle, mimosamente, todas las disculpas para paliar su congoja ante mi sorprendente y desairada desaparición. Me fui directamente a mi sofisticado GPS, exprimiendo todos sus servicios para recabar los datos necesarios para ser rescatada de la nada.
Y se preguntaran ustedes los motivos que la influencia de aquellas palabras sobre una casa desconocida dieron pie a la descarga eléctrica resultante de tal vibración neuronal. Pues, ya ven, la mente te puede jugar malas pasadas, y una herida mal cerrada tiende a infectarse o a sangrar. En mi caso, pese al tiempo pasado, un escopeteado drenado sanguinolento, súbito y abundante, anegó todas mis aptitudes acarreándome el consabido periodo de baja terapéutica que sobre cuatro ruedas gastaron simultaneamentel caucho y adrenalina en un asfalto depurador.
Todo ello tuvo su origen en la lectura de un cuento que alguien, muy especial en mi vida, me volvía a leer una vez más, un día cualquiera, en un lugar cualquiera, que, en una noche cualquiera me hizo presa de una atracción mágica en la historia de una casa. Me senté junto a ella dispuesta a escuchar de nuevo el relato. Comenzaba así: Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua...” Paró de leer en esa última palabra. Lo que siguió después de apartar su mirada del libro y clavar sus ojos en mí no creo necesario aclarar.
Sólo diré, que al volver a escuchar aquellas palabras un resorte oxidado saltó en mi alma tomada que un posterior careo interior desalojó, reconciliando pasado y presente en un exorcismo inmobiliario.
0 comentarios:
Publicar un comentario