LA AMENAZA CARVERIANA


Por J.S. Chesterton

Decía Chejov : “No he adquirido una perspectiva política, ni filosófica ni religiosa sobre la vida... tengo que limitarme a las descripciones de cómo mis personajes aman, se casan, tienen hijos, hablan y mueren”. No me extrañaría que Raymond Carver(1939-1988) tuviera estas palabras pegadas en su escritorio en una ficha de tres por cinco, de las que habla en su fabuloso ensayo “Escribir un cuento”, ya que era un ferviente admirador del ruso, si bien, según opinión mayoritaria de la crítica, nunca superó a su maestro.

En mi opinión, y parto de que las comparaciones son odiosas, Chejov supera a Carver por su versatilidad, el amplio tratamiento de temas, su producción y, sobre todo, en el humor, ausente por completo en la obra de Carver; pero este último, en su parcela, en el retrato de personajes sórdidos resignados a su propia miseria, es un indiscutible maestro. Por otra parte Carver presenta a los personajes sin ningún tipo de juicio moral o subjetivo, circunstancia que sí se da en ocasiones en el ruso.

Lo más admirable de Carver es su contención: con pequeños trazos, como pinceladas impresionistas, nos va dibujando una tensión que no provoca expresamente, que se desliza sobre nuestro subconsciente a través del más ligero movimiento o pensamiento del personaje, sin caer nunca, jamás de los jamases, en la retórica pomposa, sin alumbrarnos en ningún momento el camino con antorchas morales para guiar el juicio del lector, hasta completar una pintura exquisita que sólo podemos entender a la perfección una vez que nos alejamos de ella, si conseguimos ir más allá de cada pincelada concreta.

Por otra parte, en el aspecto formal, Carver renuncia por completo al artificio y a la descripción, de ahí que haya sido calificado como “escritor minimalista”, término que detestaba, pues lo consideraba un desprecio a su minucioso trabajo, que consistía en desmenuzar con bisturí cada gesto, dejar de lado todo ornamento lírico y conseguir así relatar anécdotas triviales de forma directa, casi puñaladas, deteniéndose en los detalles más insignificantes para, a través de ellas, retar a la inteligencia del lector para que sea él quien interprete las vidas que narra a través de esas anécdotas y juzgue por sí mismo, que evalúe él los hechos y extraiga sus propias conclusiones.

Carver es el contrapunto al sueño americano, sus personajes provienen, por regla general, de las más bajas clases sociales, la América real más allá de la que siempre trataron de vender sus gobernantes desde la posguerra, con el cínico y famoso “sueño americano”. Y con ese estilo, de tono bajo, sin estridencias, nos muestra de forma casi fotográfica la desesperanza y la crudeza de las vidas de la mayoría de la población americana. Es característico en Carver dejar las historias inconclusas y, por supuesto, ausentes de moraleja explícita, lo que puede engañar al lector y dar la sensación de escritos deslavazados, de cierta dejadez; pero nada más lejos de la realidad. Carver revisaba una y otra vez sus textos, así, su libro de relatos “¿Quieres hacer el favor de callarte?” estuvo en proceso de revisión durante más de quince años.

Los personajes de Carver tienen todos ellos algo en común con su creador, Carver fue alcohólico durante una etapa de su vida, se casó a los 19 años, matrimonio que acabó naufragando estrepitosamente, y observaba frustrado como pasaban los años sin que se reconociera su talento, cosa que no ocurrió hasta casi la hora de su muerte, a los 50 años, en la plenitud de su vida literaria.

No hay nadie que pueda aprender a escribir historias cortas obviando a Carver que, según Roberto Bolaño, es el mejor “cuentista” del siglo junto con Chejov, así que desde aquí no puedo dejar de recomendarles, casi rogarles, que lean a Carver, una buena forma de empezar sería a través de su libro de relatos “Catedral” (Compactos Anagrama); por poco más de ocho euros disfrutarán del genio norteamericano, uno de los escritores que más ha influido en los últimos años en los autores de historias cortas, tan devaluadas en nuestro país, con más tendencia a la ingesta de grandes novelones. Especialmente buenos son, al menos para mí, “Parece una tontería” y “Catedral, donde la tan mencionada “amenaza carveriana” pesa como una losa.

Para concluir he de mencionar un ensayo de Alessandro Baricco (“Tierras de cristal”, “Seda”, “Homero, Ilíada”...) llamado “El hombre que reescribía a Carver”, donde se cita a Gordon Lish, editor de Carver, como el verdadero artífice de su estilo magistral, pues comprimía los textos de Carver, alteraba los finales para dejarlos abiertos y contribuía a crear esa tensión latente de la que hablábamos antes. Estoy convencido de que si un personaje de Carver leyera ese ensayo diría: “Raymond Carver no vale ni el tiempo que se tarda en pronunciar su nombre. Nada. Menos que nada.”

Por favor, lean a Carver.



Para leer el imprescindible ensayo de Raymond Carver "Escribir un cuento" pincha aquí.

Para leer el ensayo de Alessandro Baricco "El hombre que reescribía a Carver" pincha aquí.

Para leer el relato "Vecinos" pincha aquí.

Para leer el poema "Miedo" pincha aquí.


Para leer la biografía de Carver pincha aquí (Wikipedia).


1 comentarios:

Anónimo dijo...

-Hola, cariño -dijo él-. Hola -repitió.
-¿Quién es? -preguntó una mujer.
-¿Cómo? ¿Quién es? -dijo él-. ¿Con qué número quiere hablar?
-Un momento -dijo la mujer-. Con el 273 80 63.
-Ese es mi número -dijo él-. ¿Quién se lo ha dado?
-No lo sé. Me lo he encontrado aquí, en un papel, al llegar del trabajo -dijo la mujer.
-¿Y quien lo ha anotado?
-No lo sé -dijo la mujer-. La canguro, supongo. Tiene que haber sido ella.
-Bien, no sé cómo lo habrá conseguido -dijo él-, pero ése es mi número, y no está en la guía. Le agradecería que lo rompiera y lo tirara a la papelera. ¿Oiga? ¿Me oye?
-Sí, le he oído -dijo la mujer.
-¿Algo más? -dijo él-. Es tarde, y tengo cosas que hacer. -No había querido ser descortés, pero uno no podía correr riesgos. Se sentó en una silla, al lado del teléfono, y dijo-: No he querido ser brusco. Sólo que es tarde, y me preocupa cómo puede haber llegado a sus manos mi teléfono.
Se quitó la zapatilla y empezó a darse un masaje en el pie, esperando una respuesta.
-Tampoco yo lo sé -dijo ella-. Ya le he dicho que estaba aquí escrito, sin ninguna nota ni nada. Se lo preguntaré a Anette, la canguro, cuando la vea mañana. No he querido molestarle. Acabo de encontrar el papel. Desde que volví del trabajo he estado en la cocina.
-No se preocupe -dijo él-. Olvídelo. Tírelo o deshágase de él, y olvídelo. No ha sido nada, no se preocupe. -Se pasó el auricular al otro oído.
-Parece usted buena persona -dijo la mujer.
-¿Sí? Vaya, muy amable de su parte. -Sabía que debía colgar en aquel momento, pero era grato escuchar una voz, aunque fuera la propia, en la sala silenciosa.
-Oh, si -dijo ella-. Estoy segura.
El dejó el masaje del pie.
-¿Cómo se llama, si no le importa la pregunta? -dijo ella.
-Mi nombre es John -dijo él.
-¿Y su nombre de pila? -dijo ella.
-John es mi nombre de pila -dijo él.
-Oh, perdone -dijo ella-. Se llama John. ¿Y su apellido John? ¿Cuál es su apellido?
-Creo que debo colgar -dijo él.
-John, por el amor de Dios, yo soy Lauren Bacall: usted John ¿qué más?
-John Wayne -dijo él, e inmediatamente añadió-: Lauren Bacall. Es bonito. Pero creo que debería colgar, Miss Bacall. Espero una llamada.
-Lo siento, John. No quería entretenerle -dijo ella.
-No importa -dijo él-. Me ha gustado hablar con usted.
-Muy amable de su parte decirme eso, John.
-¿Le importaría esperar un segundo? -dijo él-. Tengo que mirar una cosa. -Fue al estudio a por un puro, y lo encendió con parsimonia. Luego se quitó las gafas y se miró en el espejo que colgaba sobre la chimenea. Al volver al teléfono, sintió cierto temor ante la idea de que ella ya no estuviera al otro lado de la línea.
-¿Hola?
-Hola, Arnold -dijoe ella.
-Pensé que quizá habría colgado.
-Oh, no -dijo ella.
-Sobre lo de que tenga usted mi teléfono... -dijo él-. No creo que haya ningún problema. No tiene más que tirarlo.
-Lo haré, John -dijo ella.
-Bien, entonces tendré que decirle adiós.
-Sí, claro -dijo ella-. Diré buenas noches ahora mismo.
El la oyó tomar aliento.
-Ya se que es abusar, John, ¿pero cree que podríamos vernos en alguna parte para charlar? ¿Sólo un ratito?
-Me temo que es imposible -dijo él.
-Sólo unos minutos, John. El hecho de encontrar su número y demás..., John, hay algo en eso que me hace parecer muy intenso.
-Soy viejo -dijo él.
-Oh, no, no lo es -dijo ella.
-De veras, soy viejo - dijo él.
-¿No podríamos vernos en alguna parte, John? Verá, no se lo he dicho. Hay algo más -dijo la mujer.
-¿A qué se refiere? -dijo él-. ¿Qué quiere decir exactamente? ¿Oiga? -La mujer había colgado.
Cuando estaba a punto de acostarse, llamó su mujer -algo achispada, según advirtió él-, y charlaron durante un rato, pero él no le contó lo de la llamada. Luego, mientras abría la cama, el teléfono volvió a sonar.
Levantó el auricular.
-Dígame -dijo-. John Wayne al habla.
-John, siento que se nos cortara la comunicación. Como le estaba diciendo, creo que es importante que nos veamos.