RELATO: Mi PC y yo

Jarales
Relato ganador de la LXII edición de Los cuentos de las mil y una palabras

Le tengo dicho que me pida todo aquello que necesite, que no espere a que yo sospeche sus carencias para ofrecerle ayuda, que estoy dispuesto en todo momento a complacerle y que mi voluntad es darle todo cuanto esté en mis manos.

He procurado serle franco para que entienda sin duda alguna mis sentimientos hacia él. A pesar de todo veo que de cuando en cuando rezonguea, se queda parado dudando, hasta se para del todo y tengo que atizarle un codazo.

He pensado mucho sobre nuestra relación y creo que peca un poco de orgulloso, no me extraña que lo criaran mimado y en la abundancia; es posible que nunca haya pedido un favor porque se cree merecedor de las cosas y espera que estén pendientes de sus necesidades y que las satisfagan al instante. Incluso he llegado a pensar que vive desconectado del mundo real en el que vivimos día a día.

Yo comprendo que cuando pedimos un favor, en principio, nos situamos en inferioridad con respecto al otro, salvo que lo exijamos en cuyo caso ya no es un favor, lleva implícito que uno ha reconocido de antemano que tiene carencias y espera que los demás estén en condiciones de suplirlas, pero qué sería del mundo si todos nos sintiéramos autosuficientes y seguros de poder prescindir de los demás.

Hemos estado juntos desde el principio de los tiempos. Una vez que hicimos un viaje juntos me abandonó sin avisar, tuve que recurrir a manos expertas para recuperarlo, desde entonces noto que lo nuestro ha cambiado, a veces me dan ganas de romper y empezar una nueva aventura, pero después, cuando ha pasado el momento difícil, pienso que nada sería igual y tengo miedo de perderme en un mundo que sin él sería totalmente desconocido para mí.

Con los años uno se acostumbra y se amolda a su entorno; sabe que hay sabia nueva por ahí, pero la iniciativa de la juventud derrocha fuerzas y energías que de todas formas no hubiera sabido hacer otra cosa con ellas.

Tengo que reconocerle muchas bondades, a pesar de mis dudas en los momentos de crisis, me consta que siempre ha cumplido con su deber aunque su lentitud a veces es desesperante.

¡Oh juventud, juventud!, que crees que todo lo puedes, nada te importa de lo que fue y dejas en la cuneta al más pintado. Crees poseer toda la fuerza y toda la capacidad del universo, hasta la tristeza de los demás te divierte, pero tus días están contados también y pasarán, vaya si pasarán, y no dejarán huella alguna, sólo el recuerdo, el recuerdo de tu vitalidad y eficacia. Entonces dirás: ¡ Qué pude haber hecho si no me dedico a perder el tiempo!. Pensarás que quizás tu error no fue creer que podías hacerlo todo y rápido sino en pensar que eso iba a ser siempre así.

Cuando han pasado los años, la pasión se va apagando y con ella la luz cegadora que alumbra la verdad, en su lugar se encienden otras menos luminosas que entre claroscuros permiten tantear rincones separados entre sí en los que encontramos pequeños eslabones de lo que un día creímos era una cadena unida firmemente de extremo a extremo. Dudamos de que el mundo exista un orden y nos sentimos agradecidos de haber encontrado esos pequeños eslabones en los que, por lo menos, se encuentran relaciones entre parcelas del total que ya sabemos con certeza que no existe o que no nos va a dar tiempo a encontrar.

Antes de acostarme siempre voy a su rincón, ese lugar que le asignamos cuando vino a formar parte de nuestra familia, merodeo por su entorno y me aseguro que ha terminado las tareas que cada uno, y sin contar con los demás, le hemos ido asignando a lo largo del día y que él ha tratado de cumplir lo mejor que ha podido. Como está subordinado a los caprichos de todos hay noche que se queda trabajando hasta altas horas de la madrugada, en ese caso no intervengo pero él sabe que me hago cargo de su desvelos y sacrificios en favor nuestro.

Su aspecto cansino aún recuerda en sus vivos colores la marca de grandes pasiones que, si bien supo reprimir, dejaron huella indeleble de la fuerza que contuvieron.

Mirándole en su decrepitud recordé una lectura reciente que decía: " La belleza del cuerpo sólo existe en la piel, si viéramos lo que se esconde debajo de esa piel nos estremeceríamos de horror al contemplarlo. Toda esa gracia consiste en mucosidades y en sangre, en humores y bilis. Si supiéramos lo que se esconde en la nariz, en la garganta y en el vientre, sólo encontraríamos suciedad. Si te repugna tocar el moco y el estiércol con la punta del dedo, ¿cómo podrías estrechar entre tus brazos el saco que contiene esos excrementos?

Yo se que mi PC no es así por dentro y él sabe que yo lo sé.

Cuando por fin me voy a la cama pienso en aquella viejecita cubierta de harapos que moría en la calle, sobre el frío suelo y que mientras tuvo aliento se hacía la señal de la cruz y no paraba de decir: " Señor, perdona mis pecados".

Mientras me adentro en el sueño me viene como un runruneo que parece decir: " Las actitudes son individuales por esencia, pero algunos sólo somos capaces de verlas colectivizadas".

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