Estos recuerdos sevillanos, todos ellos de su infancia, quedaron grabados en su memoria y dejaron huella reiterada en su poesía hasta el fin de sus días. El último verso que dejó escrito y que su hermano José encontró en un bolsillo de su abrigo, ya muerto el poeta decía:
Cuando contaba ocho años de edad la familia se traslada a Madrid donde estudia en el Instituto Libre de Enseñanza y en el Instituto de San Isidro, desde entonces, su hermano Manuel se convirtió en un compañero inseparable, no sólo de estudios sino de juegos y lecturas. Con frecuencia la familia se reunía en el cuarto de estar -“el amplio cuarto sombrío donde yo empecé a soñar”- para escuchar al padre o a la abuela, doña Cipriana, lecturas de escritores famosos: novelas de Dickens, dramas de Shakespeare, y sobre todo las rimas y leyendas de Bécquer. Aquellas lecturas aficionaron a Antonio al autor de las rimas, Gustavo Adolfo Bécquer, que sería desde entonces uno de sus poetas más queridos y admirados. En su Juan de Mairena confiesa abiertamente su admiración por Bécquer:
¿Un sevillano Bécquer? Sí, pero a la manera de Velázquez, enjaulador, encantador del tiempo … Alguien ha dicho, con indudable acierto: “Bécquer, un acordeón tocado por un ángel.” Conforme: el ángel de la verdadera poesía.
Sus primeros trabajos en prosa los publica con seudónimo en una modesta revista “La Caricatura” dirigida por Enrique Paradas, un bohemio que no tardó mucho tiempo en arruinarse y con él la revista. Junto a su hermano Manuel que ya empezaba a escribir versos y otros dos amigos formó un grupo que se dedicaba a la vida bohemia, solían acudir a las representaciones de los clásicos del teatro del Siglo de Oro que daban los ídolos de entonces: los actores Antonio Vico y Rafael Calvo. Tablaos flamencos y corridas de toros también contaban con su presencia habitualmente, frecuentaban casi a diario la Biblioteca Nacional como grandes lectores que eran y asistían a tertulias literarias en el café Fornos Aquellos felices años de la vida bohemia madrileña no duraron mucho puesto que la muerte de su padre en 1893 y de su abuelo en 1896 redujeron casi a cero los ingresos familiares y la casa de los Machado llegó a rondar la pobreza.
Es entonces cuando los hermanos Machado deciden ponerse a trabajar en serio y en 1899 Manuel consigue un puesto de traductor en la editorial Garnier de París para sus ediciones en castellano con destino a Hispanoamérica, tres meses después le sigue Antonio a quien el editor de Garnier le ofrece también un puesto como traductor. De su primer viaje a París, Machado escribe:
“De Madrid a París a los veinticuatro años. París era todavía la ciudad del affaire Dreyfus en política, del simbolismo en poesía, del impresionismo en pintura, del escepticismo elegante en crítica. Conocí personalmente a Oscar Wilde y a Jean Morèas. La gran figura literaria, el gran consagrado era Anatole France.”
Al acabar el verano y sintiendo nostalgia de Madrid regresa a la capital de España e inicia nuevas amistades: Valle-Inclán, Azorín, Benavente -entre otros- jóvenes seguidores del modernismo influenciados todos ellos por Rubén Darío y con la intención de dar impulso a una nueva literatura. En 1902 Antonio regresa a París, de nuevo con su hermano Manuel, esta vez para ocupar un puesto de funcionario en el Consulado de Guatemala en París, en esta ocasión tiene la oportunidad de conocer a su admirado Rubén Darío al que leyó los poemas de su libro Soledades, todavía inédito y al que Rubén elogió con un solo adjetivo: “¡Admirable!”. En Agosto se halla de nuevo en Madrid trabajando en los últimos poemas de Soledades y colaborando con su hermano Manuel y con Villaespesa en una versión en verso de Hernani drama romántico de Víctor Hugo que los hermanos Machado habían visto representar en París.
Durante algunos años continúa colaborando con poemas y artículos en las revistas del momento y en 1906 decide presentarse a las oposiciones de la cátedra de francés de Institutos de segunda enseñanza, el tribunal le concede una de las plazas y éste elige la vacante del Instituto de Soria. Sus amigos no acababan de comprender como Machado, andaluz de nacimiento había escogido una ciudad tan fría y lejana; sin vacilación alguna él siempre respondía:
“Yo tenía un recuerdo muy bello de Andalucía, donde pasé feliz mis años de la infancia. Los hermanos Quintero estrenaron entonces en Madrid “El genio alegre“, y alguien me dijo: “Vaya usted a verla. En esa comedia está toda Andalucía.” Fui a ver la obra y me dije: “Si esto es de verdad Andalucía, prefiero Soria. Y a Soria me fui.”
Por otra parte no hay que olvidar que Soria estaba ligada a Bécquer, el poeta más querido por Machado y, es muy probable que ese dato ejerciera una influencia notable en la decisión de Antonio. La etapa de Soria coincide con su estado de madurez y la llegada de su primer amor ya que, como él mismo cuenta tuvo una juventud carente de tal sentimiento:
Sin placer y sin fortuna
pasó como una quimera
mi juventud, la primera …
la sola, no hay más que una:
la de dentro es la de fuera.
Pasó como un torbellino,
bohemia y aborrascada,
harta de coplas y vino,
mi juventud bien amada.
Sintiéndose viejo a los treinta y dos años no duda en exclamar . “¡Cuán tarde ya para la dicha mía!” haciendo referencia a ese amor que entre esperanza y desesperación no logró encontrar en su juventud. Hospedado en la pensión de doña Regina y don Ceferino Izquierdo que vivían con sus tres hijos: Leonor de trece años, Sinforiano de diez y Antonia de unos meses; Machado se fija en Leonor una muchacha alegre, de sonrisa tímida, ancha frente y ojos oscuros, sin embargo, el poeta todavía tardará dos años en decidirse a dar el paso y declararse no sin antes, haberse cerciorado de que ella le quería o, al menos podía quererle. Con el consentimiento de la madre la boda se celebra el 30 de Julio de 1909:
En Santo Domingo,
de misa mayor.
aunque me decían
hereje y masón,
rezando contigo
¡cuánta devoción!
Tres años después aquejada de tuberculosis Leonor fallece en brazos de Antonio quien a raíz de este doloroso suceso escribe poemas desgarradores dedicados a su esposa fallecida:
CXXIII
Una noche de verano
-estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa-
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
-ni siquiera me miró-,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.
¡Ay, lo que la muerte ha roto
Era un hilo entre los dos!
En otros versos escribe como si Leonor estuviera aún viva y a su lado:
CXXI
Allá en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños …
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
Así mismo no pudiendo soportar la pena que le atenaza, escribe y describe a sus amigos de la época sus sentimientos más profundos, en una carta le confiesa a Juan Ramón Jiménez:
“Cuando perdí a mi mujer pensé en pegarme un tiro. El éxito de mi libro (Campos de Castilla) me salvó y, no por vanidad ¡bien lo sabe Dios! sino porque pensé que si había en mí una fuerza útil, no tenía derecho a aniquilarla”
En otra carta, esta vez dirigida a Unamuno:
“La muerte de mi mujer dejó mi espíritu aniquilado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero por sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya … El golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar (…)”
Decide escapar de Soria por ser la ciudad de su mayor dicha y de su mayor dolor, sin embargo la ciudad del Duero estará unida para siempre al recuerdo de su amada esposa Leonor. Se instala en Baeza a la que llaman la “Salamanca andaluza” donde reside durante ocho años entregado a estudiar Filosofía y Letras. En 1913 escribió a Ortega:
“Ya empiezo a trabajar con algún provecho. Desde hace poco, empiezo a reponerme de mi honda crisis que me hubiera llevado al aniquilamiento espiritual. La muerte de mi mujer me dejó desgarrado y tan abatido que mi obra, apenas esbozada en Campos de Castilla, quedó truncada. Como la poesía no puede ser profesión sin degenerar en juglaría, yo empleo las infinitas horas del día en este poblachón, en labores varias. He vuelto a mis lecturas filosóficas, únicas de verdad que me apasionan. Leo a Platón, a Leibniz, a Kant, a los grandes poetas del pensamiento”.
Sus inquietudes políticas a las que dedica gran parte de su tiempo no le impiden continuar con su obra literaria que a partir de 1922 en Segovia fue prolífica más en prosa que en verso, preferentemente críticas y ensayos. Continúa colaborando en revistas y periódicos de Soria y Madrid. En 1924 publica un nuevo libro “Nuevas Canciones” una recopilación de sus poemas desde 1917. A partir de 1926 la compañía de Mª Guerrero estrena con gran éxito la obra “Las desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel” escrita por los dos hermanos Machado que seguirán escribiendo y estrenando obras teatrales en las que es difícil dilucidar donde empieza uno o donde acaba el otro.
Temas preferidos de la obra poética de Antonio Machado son, la tarde, el sueño, el recuerdo, la soledad y sobre todo un intento de ahondar en el misterio:
El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede
mirar lo que está lejos
dentro del alma, en turbio
y mago sol envuelto.
Y en otros momentos de su vida plasma la angustia que le produce el pensar que la vida es tiempo que pesa sobre nosotros:
Yo caminaba cansado,
sintiendo la vieja angustia que hace el corazón
pesado.
En 1929 publica las “Canciones a Guiomar”.Los críticos de la época, equivocadamente, creen que “Guiomar” es producto de la imaginación del poeta y, por lo tanto, musa soñada y fantaseada sin conexión alguna con la realidad, una realidad que vió la luz mucho tiempo después de la muerte de Machado, concretamente en 1950 cuando Concha Espina en su libro “De Antonio Machado a su grande y secreto amor” publica las cartas de amor -aunque mutiladas- que Antonio escribió a Guiomar . Es, entonces cuando se desvela el secreto tan hondamente guardado por ambas partes; ni siquiera los hermanos de Machado conocían la existencia de este amor y el motivo no era otro que el hecho de que Guiomar cuya verdadera identidad correspondía a la poetisa Pilar de Valderrama era una mujer casada. Su amor por ella fue apasionado como se refleja en algunas de las cartas que le escribió:
“Lleno estoy de ti, diosa mía. Abrasado me tienes de un fuego del que tú eres inocente sin duda. En él quiero consumirme.”
En otra carta le dice:
“En mi corazón no hay más que un amor: el que tengo a mi diosa porque tú eres, no lo dudes, el gran amor de mi vida.”
Esta relación arraigó profundamente en ambos si, bien es cierto, estaba basada más en lo espiritual que en lo carnal puesto que Guiomar se resistía a caer -según sus propias palabras- en lo “demasiado humano” y temía que, precisamente por ello Machado se cansara de ella; sin embargo él le responde para mitigar sus miedos de esta manera:
“Dices en tu carta, diosa mía, que si no me cansaré yo de un cariño con tantas limitaciones. Considero esto muy absurdo y no pienso siquiera que lo escribas en serio. No, tu cariño es para mí tan esencial que es la razón sine qua non de mi vida. Yo no dudo de mí. Pero tú, reina mía, ¿no serás tú la que algún día te canses de este pobre poeta?”
La proclamación de la República el 14 de Abril de 1931 sorprende a Machado en Segovia y, aunque, enseguida se adhirió al régimen no tuvo participación política alguna, sus amigos republicanos como él y, en ese momento, influyentes en el Gobierno consiguieron que le trasladaran a la cátedra de francés de un nuevo Instituto madrileño: El Calderón de la Barca al que se incorporó en octubre de 1932. Durante esos años su vida fue tan monótona en Madrid como lo había sido antes en Soria, Segovia y Baeza, sin embargo los estrenos de las obras teatrales que escribía con la colaboración de su hermano Manuel y los encuentros furtivos con Guiomar, eran lo único que mantenía vivo su interés por la vida que llevaba en la capital. Ni Antonio ni Guiomar se cansaron del cariño tan profundo que se profesaban, fue la guerra civil española la que los separó geográficamente ya que ella se trasladó con su familia a Portugal y Machado a Rocafort (Valencia), más tarde con la retirada republicana Antonio se fue a Barcelona.
A principios del año 1939 ya muy enfermo y en compañía de su madre se instala en Colliure (Francia) donde fallece en Febrero del mismo año, tres días después su madre siguió su mismo camino. Aunque muchos quisieron ver en este hecho, un acto de deseo intencionado al propósito de reunirse con su hijo, nada más lejos de la realidad puesto que dada su avanzada edad y estando enferma desde hacía tiempo la familia decidió no comunicarle el fallecimiento de su hijo Antonio por lo que ella murió desconocedora del trágico suceso, así pues solo cabe pensar que el destino fue quien se encargó de que ambos murieran en fechas tan cercanas.
Elegir entre las obras de Antonio Machado no es tarea nada fácil dada la cantidad y, sobre todo, calidad de todas y cada una de ellas, sin embargo, no está en mi afán mostrar las más conocidas para no caer en el “siempre lo mismo”, así pues me he decantado por estas dos no por mejor ni peor sino por menos difundidas.
PARERGÓN
Al gigante ibérico Miguel de Unamuno:
I
1)
Cuando murió su amada
pensó en hacerse viejo
en la mansión cerrada,
solo, con su memoria y el espejo
donde ella se miraba un claro día.
Como el oro en el arca del avaro,
pensó que guardaría
todo un ayer en el espejo claro.
Ya el tiempo para él no correría.
II
Mas, pasado el primer aniversario,
¿cómo eran -preguntó-, pardos o negros,
sus ojos? ¿Glaucos? … ¿Grises?
¿Cómo eran, ¡Santo Dios!, que no recuerdo? …
III
Salió a la calle un día
de primavera, y paseó en silencio
su doble luto, el corazón cerrado …
De una ventana en el sombrío hueco
vio unos ojos brillar. Bajó los suyos
y siguió su camino … ¡Como ésos!
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2)
Poned sobre los campos
un carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis cómo el poeta admira y calla,
el sabio mira y piensa …
Seguramente, el carbonero busca
las moras o las setas.
Llevadlos al teatro
y sólo el carbonero no bosteza.
Quien prefiere lo vivo a lo pintado
es el hombre que piensa, canta o sueña.
El carbonero tiene
llena de fantasías la cabeza